21 septiembre 2009

Moderno

Toda vida moderna habrá devastado al individuo. Individuos de otros tiempos, patrás o pa’lante, iguales a mí, inconformes que a la menor provocación se caen o se pierden.

Las vidas pasadas me han enseñado que no hay nada de extraordinario en que la vida sea un absoluto colmado de ciclos en su interior. La encarnación es un acto de todos los días: basta con pensarse en otro espacio, otro tiempo, otro cuerpo, para haber tenido ya una experiencia astral. De bajo nivel e inútil, sí, pero astral hasta la médula.

Esta vida moderna me devasta.

Esta vida que ha hecho del contraste el más flagrante y radical de los placeres. Por ejemplo
-en medio del caos es cuando vale la pena meditar o escuchar una música lenta y armónica
-yo amo despertar con guitarrazos estrafalarios o bien con el jazz más free y rudo que encuentre
-un beso en la frente o la más suave de las caricias justo en la cúspide del encuentro amoroso puede ser una experiencia harto sensual
-el carrilero que hace las funciones de extremo puede irse por toda la banda quitándose rivales y controlando el balón, pero el gol será memorable solo si bombea suavemente el esférico ante la salida del arquero

En mi vida moderna importa la vertiginosa apariencia al punto de elevar al grado de éxtasis a la discreta individualidad, ese dulce paraje del pensamiento a solas, del silencio abstractor (ah, benditas palabras que no existen y que sin embargo exigen su derecho a la presencia de vez en cuando).

En mi vida moderna importan los nombres, las categorías, las descripciones.

Añoro cuando bastaba con admitir a la locura, ese estado creativo que no depende de las justificaciones, como un medio legítimo de expresión.

Léase la infancia.

Últimamente mis mejores charlas las tengo con mi hija que, dicen, aún no sabe hablar bien.

Mierda, ¿y por qué yo le entiendo a la perfección?

Sus juegos son deliciosos, cuando transforma en nueces sus colores y se los come imaginariamente o cuando inventa palabras como cisocé, kamipopia o kalá para nombrar objetos aún sabiendo a la perfección sus nombres, o aquellas veces en que escala montañas tapizadas o vuela por los altos y prolongados cielos que abundan entre la cama y el techo.



Esta vida moderna impone normas y le otorga juicios terribles a quien no las cumple a cabalidad, ya lo sabemos.

Y lo detestamos.

Esta vida con sus énfasis en curar en base a desplazar el dolor hacia otro lado sin querer profundizar en su significado, en lo que simboliza, en lo que el cuerpo comunica tan sabia y milenariamente.

Esta vida con sus lastres brutales en las finanzas, la política, la religión, la cultura de los países (acaso siempre el mismo aciago país global), las cuales imponen estilos de vida tarde o temprano insatisfactorios.

Esta vida con ese inquietante poder de enseñanza en torno a vivirlo todo salvo el presente, razón por la cual es fácil que aparezca luego el deseo, el consumo, la egolatría, el miedo.

Esta vida, falible y absurda.

Moderna como cualquier otra época pasada.

(una queja más al respecto, como siempre con nosotros, los inconformes)

Y yo que venía aquí a hablar de otra cosa, mierda.

4 comentarios:

Fabián Gutiérrez dijo...

hola alberto
muchas gracias por su
comentario, le agradesco lo
escrito.
muy buenos sus escritos
le seguire leyendo.

adios
y saludos.

Anónimo dijo...

Te leo, las palabras son flexibles como reglas de plástico. Ahora estoy perdida como una hoja en el bosque, ya vuelvo a comentarte, vuelvo; cuando haya un punto cardinal para encontrarme.

Paci.

La paciente nº 24 dijo...

Eras como ciclos, como norias, como esferas, tiempos, el tiempo es lo más relativo del mundo pese a quien pese. _Basta un minuto, un segundo, es suficiente un siglo, aún no han pasado ni tres años, seis meses es demasiado pronto, sigue cada coma y depende de qué todo sería relativo. Hoy es el futuro de alguien y el pasado de muchos, círculos. Dices seres individuales donde no cabe el individualismo, somos tan terriblemente sociales que nos hemos olvidado de nosotros mismos. Hace poco hablé con un amigo que afirmaba que yo no tengo mentalidad comercial, eres socialmente desechable, eso es todo. Individualismo no es egocentrismo, claro, residimos dentro de nuestros (¿?) pensamientos, a solas, la vida moderna no permite la soledad, la ejerce, la genera, con un oficio menos intimista, más reglada; ahora tenemos que exhibir nuestra propia “individualidad”; mira, soy esto o lo otro, tengo esto y lo otro, no estoy sola. Ahora el individualista es un ser inconcluso, alejado de la vida “real”, solo, misántropo, antisocial, raro, loco. El dolor no está permitido, todo el mundo acaba por decirte “anímate”, luego se dan media vuelta como si acabaran de realizar algún tipo de trabajo que les ha llevado al éxito. El sufrimiento te hace un ser socialmente débil ¿en serio? Vaya, yo que pensaba que saber soportar el dolor era crearte de hierro, era aprender a vivir, era no pasar de puntillas absurdamente por el consumismo de la vida, no ese consumismo capital, sino vital. Pero bueno, si al fin y al cabo a todos y cada uno de nosotros nos gustaría ser frívolos, solamente por eso de no tener que volver a pensar.


[No me voy, no podría]

La paciente nº 24 dijo...

Paci,

¿Ya no estamos juntos, solos?
¿Es esto estar doblemente sola?

Te espero.