09 octubre 2006

No sé si las razones por las cuales comencé a escribir habrán sido distintas a las de muchos otros que escriben, pero sin duda, las razones por las que he dejado de hacerlo son similares a las de muchos que han dejado de hacerlo.

Empecé a escribir por razones muy sencillas: no podía conformarme con que mis emociones sucedieran sólo en el plano abstracto de la memoria o la percepción, debían ser también materializadas, entonces las palabras se me revelaron como el medio donde esa búsqueda más o menos podía colmarse.

Claro que al principio escribía textos más provocadores que otra cosa. Ardides fáciles que en primera instancia denotaban una ingenuidad terrible (ya se sabe, relatos y poemas repletos de sexo, muerte y en general situaciones distanciadas de lo cotidiano, anhelantes de fantasía, atestadas de lugares comunes), pero en otra instancia daban evidencia de algo más profundo: las palabras como realidad equivalente. Lo que quería hacer con ellas es más o menos lo que todo Dios hace con sus creaciones: debían ser lo mismo en un plano, que las ideas y emociones lo eran en otro, o sea, debían ser mis propios actos creadores:

del pensamiento a la palabra, de la abstracción a lo concreto, de lo profundo a lo visible y superficial

Encontré la literatura y me replegué a ella hasta que me fue insuficiente (al menos esta idea moderna de Literatura con mayúscula y como acto de intelectuales). Hoy no puedo decir que busco hacer literatura sino que lo que hago es sólo escritura. Escritura lineal o compleja, sencilla o hermética, simbólica o no, pero que definitivamente no se preocupa por los estudios literarios, aunque tampoco se deslinda de ellos porque lo que busco es que el conocimiento y la escritura sean un mismo territorio sin frontera alguna.

O al menos eso deseo, pero las costumbres de toda vida moderna como la desorganización o el mal uso del tiempo libre también a mi me suceden. Es por eso que necesito un cambio que me impulse y potencie de nuevo, una vuelta de tuerca, un falso seudónimo como falso y vacío era a veces mi nombre real.

O sea, acabar con éste perfil, con mis blogs. Desde que éste blog comenzó, muchas opiniones han cambiado, entre ellas las de la literatura como centro-motor-axioma de mi escritura, y aunque no pretendo desligarme de lo “literario”, lo cierto es que aquí sólo los escritores y el arte y la ironía y el homo-ludens y la palabra en la punta de la lengua y el cimiento y la simiente y el hermetismo tenían cabida, y no puede ya ser así, menos si el Internet es el espacio del macro-espacio, del ciber-espacio, del irreal-espacio, no puede ser que me limite al grado de querer ser escritor y no humanista, de querer ser intelectual y no ésta bípeda potenciación que puedo ser.

No soy tan temerario como un par de compañeros de blog que respeto y admiro que borraron todo su archivo empezando de nueva cuenta desde la hoja en blanco. Yo no, yo mejor hago dos nuevos blogs y un nuevo perfil. Suplanto al que fui por mí mismo. Pero no abandono ni olvido lo escrito. No sé cómo se crean los ceros.


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-Según magisterio ajeno, el término humanismo sintetizó, en el Renacimiento, dos posturas que hasta entonces parecieron antagónicas. En la antigüedad clásica se distinguía el homo humanus del homo en general: el primero posee pietas (sentido ético) y paideia (rara poción brujeril que une el saber con la urbanidad), mientras que el segundo no acepta más calificación que la que concierne a la barbarie (homo barbarus). Más tarde, el medioevo cristiano entendió por humanitas la relación subordinada del hombre con la divinidad. Durante el período renacentista se logró el avenimiento de ambas concepciones, y a partir de esa época se entiende que el humanismo implica la fe en la dignidad del hombre, fundamentada tanto en la elevada estatura del animal racional cuanto en su propia fragilidad.-

Sergio Vela, Veinte consideraciones intempestivas sobre el Festival Internacional Cervantino, a veinte años de su fundación.