18 junio 2009

Apuntes desordenados

texto derivado de aquí, no necesariamente una respuesta, sólo una derivación, un desprendimiento, un camino que se entrecruza y forma un paisaje esquinado




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También yo me quedo intrigado ante el exilio. Ese no-pertenecer que constantemente se me hace presente con consecuencias antónimas: llevarme a la ausencia para comenzar luego a habitar geografías que nada tienen que ver con lo "geo" sino más bien con lo "grafías", es decir, el exilio del tiempo-espacio, la ausencia del plano x/y, el abandono de la realidad, el ingreso a otro orden, el acceso a una especie de contraflujo, de pensamiento claro y abstracto, de comprensión.


A todos nos pasa, me parece.

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Cuando tenía 9 años me quedaba despierto hasta tarde pensando en qué jodidos era el universo. Entonces al día siguiente llegaba a la primaria con compañeros de nombres perdidos como José Luis o Violeta y jugábamos a que debatíamos como lo hacía Nino Canún en esos programas de debates que duraban hasta la madrugada en el Canal 2. Ahí era cuando yo podía sugerir que los extraterrestres sí existían pero que nosotros no podíamos verlos, ¿qué nos garantizaba que no habíamos estado ya junto a alguno?, o bien explicaba, con ese certero lenguaje propio de la edad, que el universo era el vacío, o sea que no podíamos manipularlo o entenderlo del todo porque no es algo sino la nada, entonces todas las distintas razas habitantes del universo estábamos hermanadas pues estábamos ante el total vacío, solo que a nosotros, la raza humana, nos faltaba comprender las propiedades del vacío si es que queríamos ir más allá y seguir comprendiendo a la realidad.

Claro que luego de expresar estas ideas el juego se acababa y entonces comenzábamos a jugar otros juegos como carreterita o adivinanzas o bien a preparar el relleno de los frutsis (todo tipo de papeles) para que fuera nuestro símil de balón de soccer para jugar a la salida, sin embargo yo sentía una gran satisfacción al poder compartir esas reflexiones nocturnas con ellos, los compañeros de juego (siempre necesito alguno), los compañeros de generación, los amigos destinados al olvido.


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Eso de ser outsider me dio personalidad varios años.

Pero me alejó de la buena comunicación, esa que busca interlocutores en lugar de fanáticos, otredad en lugar de especialización.


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También yo me quedo intrigado cuando de golpe la vida sabe a aleph borgiano, a sueño complejo, a representación en escena.

Ahí es cuando la sangre y el agua se vuelven la misma metáfora: la vida corre incesante de un recuerdo a otro.

Ahí es cuando la vida cobra sentido, incesantemente cobra sentido: la vida se proyecta amplia y llena de luz en los deseos a futuro, en el entorno presente, en la memoria que actúa a capricho.

Se proyecta la vida.

¿Alguna vez has soñado con alguien que por la razón que sea ya no está?
¿Alguna vez amaste a un desconocido por el solo hecho de verle pasar frente a ti?
¿Alguna vez has besado y sentido al mismo tiempo cómo un mismo cuerpo+ser se va integrando, conformando, generando?
¿Alguna vez has echado de menos a alguien que está lejos?
¿Alguna vez le has sonreido a alguien a la menor provocación?
¿Alguna vez te has detenido a sentir cómo pasa la gente frente a tus ojos y sentirte dichoso y completo por ello?
¿Alguna vez has sentido alianza, re-unión, complicidad en un cruce de miradas?
Da lo mismo si es con un niño, una muchacha, un viejo o un perro, la re-unión siempre lleva a lo mismo no importando el medio en que se manifieste.




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Escuchas a lo lejos una cumbia colombiana.
Imaginas si alguien la está bailando.
Imaginas cuántos la han bailado ya.
Ves por la ventana esperando que el viento haga bailar a los árboles con las nubes.
Piensas por qué jodidos hay siempre árboles y nubes ("¿eso significará algo importante?").

La vida marca su pulso.

No creo que el universo sea inexplicable.
Más bien creo que es cualquier cosa.
Nimia, mínima, no-thing.
Un acto menor comparándolo con el misterio de lo más inmediato:
la vida cotidiana,
todas las vidas,
es decir,
el contínuo mecanismo de la vida,
el contínuo fenómeno que es la vida:
"una vida es todas las vidas", escribió algún poeta español del siglo diecinueve,
realmente no hay separación,
la vida se ejerce magnánima desde la célula hasta la galaxia,
se ejerce eterna,
en un espectro inquietantemente unitario.

Oh, amo tanto a los adverbios.


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Hoy tengo 27 años: 3 veces 9.
Hoy tengo 27 años: 2+7=9.
Siempre pensé que a los 27 nacería mi primer hijo.

0. La vida se proyecta en el humo del incienso que me acompaña mientras escribo:
1. El fuego lo hace nacer (la combustión (la chispa (el encuentro mujer-hombre))).
2. Ahí recorre un camino ascendente.
3. Se integra con el cielo (el aire (la atmósfera)).
4. Queda la ceniza, los residuos del camino andado.
5. Sigue presente, a veces dejando olor a copal, otras a jazmín, otras a lavanda.

Mi hija de 4 años juega con fuego. Me pide que le prenda fósforos para soplarles cual velas de cumpleaños (hace no mucho lo hizo sobre un pastel de trufa y amareto). La cocina está a oscuras. Es media noche. Luna menguante. Y el cielo, Dios, el cielo resplandece como lo hace la sangre y el agua cuando propagan la vida.

Hoy tengo 27 años y me siento más exiliado que nunca. La diferencia es que me importan uun carajo los países, las culturas, los títulos, los sexos. Me siento en exilio, en un éxodo que me conduce a la concordia, me integra a la sospecha de la unicidad, al encuentro con la llama original, a la incesante fluctuación de la vida que no acaba aún cuando el cuerpo de Alberto Espejel caiga ceniza un día de estos luego de tanto andar andando.

Morirá a los 72.

Ojalá sea en una de sus acostumbradas largas caminatas por la ciudad.


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02 junio 2009

NO TITLE

Me da a veces por salir a caminar sin rumbo. Lo óptimo es que haya llovido para que el pasto de los parques y jardines se insinúe a través de ese aroma que a muchos nos evoca tiempos mejores, no necesariamente tiempos pasados, solo otros tiempos, tiempos de juego y nostalgia, tiempos de humo de cigarrillo y cielo con nubes, tiempos donde lo importante es dejarse llevar por lo inmediato: esa leve sensación de frío, ese cálido abrazo urbano de la ciudad húmeda en la que no llueve más.

Aunque a veces pase que en lugar de la lluvia lo que hay es sol estival o noche de invierno, escenarios que igualmente tienen su encanto, su propio sabor.

Al sol lo que hay son los colores. Mi ciudad de México renace de entre las cenizas y resulta que vuelve a ser lo que siempre ha sido: belleza fácil y contraste asombroso.

A la noche lo que hay son los enigmas. Se plantean los misterios que le dan materia prima al caminante que, tras la ventana con luz de alguna casa o bien bajo esas luces que a lo lejos parecían ser de un sanatorio (y que terminaron siendo de un bar), comienza a intentar resolverlos. Fuma. Se vuelve sombra. Encuentra alianza en las miradas ajenas. Pide que no amanezca. Hasta que en algún momento sale de la calle para entrar en su hogar.

Pero para mí lo óptimo es la llovizna.

Solo que aquí no es Edimburgo.

¿En Madrid sería más fácil tenerla?

¿En Santiago?

¿En Montreal?

Me da a veces por escribir relatos ubicados en Montreal. No conozco Montreal. A las personas que conozco que han estado en Montreal luego les he escrito pidiéndoles que me dejen preguntarles qué vivieron ahí pero nunca me responden. Supongo que alguna vez lo harán. Aunque ya han pasado más de 10 meses de la última vez que les solicité información.

Lo de Montreal es una sospecha y un juego.

En Montreal vive Edith. Orlando llega un tanto por azar, un tanto por estudio, otro tanto por aburrimiento. Se conocen y comienzan a tender puentes y entonces se me desbordan la rue Sainte-Catherine, el Pointe-aux-Prairies, el jazz, el río San Lorenzo, el Brutopia, el archipiélago de Hochelaga, la Île des Sœurs, la Île Bizard, la Île Sainte-Hélène, el museo interactivo de la Biósfera, se me desbordan todos esos lugares ficticios y no, invisibles y no, desconocidos y no, que sé míos porque Edith y Orlando los saben suyos, que sé propios tanto como las fotografías de google images me lo permiten.

No sé si quisiera viajar a Montreal.

Prefiero Paraíso (en Tabasco). Prefiero La Paz (Baja California). Prefiero cualquier ciudad latinoamericana. Alguna no muy famosa de Honduras. Y luego las ecuatorianas. Terminar en Bolivia. En los puertos de Chile. Y que luego mis hermanos que hoy en día radican en París me invitaran solo con el firme propósito de claudicar en Lisboa.

Llueve. En Montreal llueve y Edith pone Amoureuse, pieza de Claude Bolling que me recuerda a ella (es decir, me hace evocarla, me hace formarla). Pero ella se pone a recordar a Orlando, la tarde que lo conoció en el Promenade Bellerive. Ella se prepara un sándwich. Ella se pone perfume. Ha quedado de ir al cine con una amiga a las 8. Saliendo de la película habrá dejado de llover y la calle permanecerá húmeda. Los jardines despedirán aroma a pasto mojado. Se entremezclarán recuerdos confusos.