todo el peso
el delirio, de la piedra, su vastedad,
se transparenta
Ese espacio, ese jardín, CORAL BRACHO
el delirio, de la piedra, su vastedad,
se transparenta
Ese espacio, ese jardín, CORAL BRACHO
I.
La tarde cae. Grata y esclarecedora caída, como la de algunos ángeles o la de las hojas en otoño. Por tardes así es que a veces me vuelvo una canción triste. Qué lástima que en algún momento terminará por definirse la noche por completo. Lo que no daría por suspenderme en este estado crepuscular: fluctuando en una tristeza que no duele.
Los últimos meses han sido silenciosos. Desde el punto de vista del blog, hasta me parece haber estado en un retiro o algo por el estilo. Claro que como en cualquier otro caso de silencio, me ha permitido esclarecerme, comprender. Y es que pertenezco a ese grupo de personas para los cuales es vital el autoconocimiento, acaso la principal herramienta para que la vida adquiera sentido.
II.
En este tiempo comprendí algo: los beneficios de darse al otro sin reservas.
Por muchos años no entendí por qué los buenos momentos, los periodos de felicidad, las sensaciones de plenitud, bienestar, alegría, duraban poco. Me acostumbré a decir, cuando me sentía contento o con buena fortuna, que en algún instante llegaría su contraparte, la crisis. La estabilidad no se me daba. Sin embargo sospechaba que el bienestar debía ser algo más que la consecuencia de una suma de circunstancias diversas.
Hoy comprendo que una manera de hacer que esas sensaciones se prolonguen indefinidamente es volverse serviciales.
III.
Esta realidad social, esta cultura, nos vuelve egoístas. El dinero, el reconocimiento, el sacrificio, el dolor, la apariencia, el acaudalamiento, el poder, el orgullo, son creencias que se elevan a un nivel de "valores" y, como tales, dedicamos gran parte de nuestro tiempo en conseguirlos o idealizarlos, es decir, nos concentramos solo en nosotros, en lo nuestro, nos ensimismamos, lo cual, tarde o temprano, conduce a la insatisfacción personal (en esto resulta contundente la condición humana).

Ni las escuelas, ni los medios, ni los gobiernos, otorgan información valiosa que nos permita desapegarnos de todos esos deseos superficiales a los que estamos enganchados, sin embargo basta con tener la disposición de abrirse a nuevos derroteros para que la sabiduría comience a fluir (es este "estar dispuestos" lo verdaderamente difícil, pero ese será otro tema).
La tarde cae. Grata y esclarecedora caída, como la de algunos ángeles o la de las hojas en otoño. Por tardes así es que a veces me vuelvo una canción triste. Qué lástima que en algún momento terminará por definirse la noche por completo. Lo que no daría por suspenderme en este estado crepuscular: fluctuando en una tristeza que no duele.
Los últimos meses han sido silenciosos. Desde el punto de vista del blog, hasta me parece haber estado en un retiro o algo por el estilo. Claro que como en cualquier otro caso de silencio, me ha permitido esclarecerme, comprender. Y es que pertenezco a ese grupo de personas para los cuales es vital el autoconocimiento, acaso la principal herramienta para que la vida adquiera sentido.
II.
En este tiempo comprendí algo: los beneficios de darse al otro sin reservas.
Por muchos años no entendí por qué los buenos momentos, los periodos de felicidad, las sensaciones de plenitud, bienestar, alegría, duraban poco. Me acostumbré a decir, cuando me sentía contento o con buena fortuna, que en algún instante llegaría su contraparte, la crisis. La estabilidad no se me daba. Sin embargo sospechaba que el bienestar debía ser algo más que la consecuencia de una suma de circunstancias diversas.
Hoy comprendo que una manera de hacer que esas sensaciones se prolonguen indefinidamente es volverse serviciales.
III.
Esta realidad social, esta cultura, nos vuelve egoístas. El dinero, el reconocimiento, el sacrificio, el dolor, la apariencia, el acaudalamiento, el poder, el orgullo, son creencias que se elevan a un nivel de "valores" y, como tales, dedicamos gran parte de nuestro tiempo en conseguirlos o idealizarlos, es decir, nos concentramos solo en nosotros, en lo nuestro, nos ensimismamos, lo cual, tarde o temprano, conduce a la insatisfacción personal (en esto resulta contundente la condición humana).

Ni las escuelas, ni los medios, ni los gobiernos, otorgan información valiosa que nos permita desapegarnos de todos esos deseos superficiales a los que estamos enganchados, sin embargo basta con tener la disposición de abrirse a nuevos derroteros para que la sabiduría comience a fluir (es este "estar dispuestos" lo verdaderamente difícil, pero ese será otro tema).
A esa apertura me he dedicado los últimos años, y en el caso particular de los momentos de plenitud (que nacen prácticamente caducos) he experimentado que mientras más doy al otro, más se prolonga mi plenitud.
Es interesante que todo lo que creamos lleve nuestro sello, esa especie de marca registrada que nos distingue: al hablar, al expresar ideas, al cocinar, al caminar, al besar, al quejarnos, al mirar, al escribir siempre estamos comunicando algo, siempre estamos manifestando en planos físicos nuestro interior energético, nuestro pensamiento, nuestras cavernas más profundas.
Entonces, si somos serviciales sin expectativas, tan solo con la intención de darse al otro y, de paso, dejar a un lado el ensimismamiento, es natural que la inconformidad no vuelva ya que esta llega luego de permanecer en un estado egocéntrico juzgando inconcientemente qué nos hace falta y qué no, es decir, ensimismamiento puro, excesivo tiempo ¿libre? para no ver más allá de nuestras narices.
IV.
Ah, qué maravilloso resulta que a través de una sola acción se puedan obtener consecuencias en diversos flancos. Y es que al ser serviciales (una sola acción) tenemos la oportunidad de despojarnos del egocentrismo (lo que es liberador) y, por ende, de dejar de percibir carencias (lo que es más liberador aún).
Las formas más simples de servicio son infinitas y adorablemente cotidianas aunque, por desgracia, no siempre se llevan a cabo: ceder el asiento, abrazar, escuchar con atención a cualquiera que hable, dar un masaje, dar el paso, sonreirle a cualquiera, cocinar, preguntar sinceramente "¿cómo estás?", en fin, ofrecer ayuda en general, y es que cada que uno se ofrece desinteresadamente al otro, cada que uno entrega su concentración y su capacidad de acción al otro, sea quien sea (y por más discreto que sea el servicio) no me cabe duda que cosas maravillosas ocurren al interior de nosotros, qué sé yo si a nivel celular, neuronal, glandular, bioquímico, lo que sea, solo sé que el servicio desinteresado resulta un grandioso mecanismo de bienestar, de protección, de salud.
(clic aquí para leer un hermosísimo texto escrito por G.S. Arundale al respecto del SERVICIO como continuación de este post)
(clic aquí para leer un hermosísimo texto escrito por G.S. Arundale al respecto del SERVICIO como continuación de este post)