texto derivado de aquí, no necesariamente una respuesta, sólo una derivación, un desprendimiento, un camino que se entrecruza y forma un paisaje esquinado
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También yo me quedo intrigado ante el exilio. Ese no-pertenecer que constantemente se me hace presente con consecuencias antónimas: llevarme a la ausencia para comenzar luego a habitar geografías que nada tienen que ver con lo "geo" sino más bien con lo "grafías", es decir, el exilio del tiempo-espacio, la ausencia del plano x/y, el abandono de la realidad, el ingreso a otro orden, el acceso a una especie de contraflujo, de pensamiento claro y abstracto, de comprensión.
A todos nos pasa, me parece.
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Cuando tenía 9 años me quedaba despierto hasta tarde pensando en qué jodidos era el universo. Entonces al día siguiente llegaba a la primaria con compañeros de nombres perdidos como José Luis o Violeta y jugábamos a que debatíamos como lo hacía Nino Canún en esos programas de debates que duraban hasta la madrugada en el Canal 2. Ahí era cuando yo podía sugerir que los extraterrestres sí existían pero que nosotros no podíamos verlos, ¿qué nos garantizaba que no habíamos estado ya junto a alguno?, o bien explicaba, con ese certero lenguaje propio de la edad, que el universo era el vacío, o sea que no podíamos manipularlo o entenderlo del todo porque no es algo sino la nada, entonces todas las distintas razas habitantes del universo estábamos hermanadas pues estábamos ante el total vacío, solo que a nosotros, la raza humana, nos faltaba comprender las propiedades del vacío si es que queríamos ir más allá y seguir comprendiendo a la realidad.
Claro que luego de expresar estas ideas el juego se acababa y entonces comenzábamos a jugar otros juegos como carreterita o adivinanzas o bien a preparar el relleno de los frutsis (todo tipo de papeles) para que fuera nuestro símil de balón de soccer para jugar a la salida, sin embargo yo sentía una gran satisfacción al poder compartir esas reflexiones nocturnas con ellos, los compañeros de juego (siempre necesito alguno), los compañeros de generación, los amigos destinados al olvido.
Claro que luego de expresar estas ideas el juego se acababa y entonces comenzábamos a jugar otros juegos como carreterita o adivinanzas o bien a preparar el relleno de los frutsis (todo tipo de papeles) para que fuera nuestro símil de balón de soccer para jugar a la salida, sin embargo yo sentía una gran satisfacción al poder compartir esas reflexiones nocturnas con ellos, los compañeros de juego (siempre necesito alguno), los compañeros de generación, los amigos destinados al olvido.
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Eso de ser outsider me dio personalidad varios años.
Pero me alejó de la buena comunicación, esa que busca interlocutores en lugar de fanáticos, otredad en lugar de especialización.
Pero me alejó de la buena comunicación, esa que busca interlocutores en lugar de fanáticos, otredad en lugar de especialización.
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También yo me quedo intrigado cuando de golpe la vida sabe a aleph borgiano, a sueño complejo, a representación en escena.
Ahí es cuando la sangre y el agua se vuelven la misma metáfora: la vida corre incesante de un recuerdo a otro.
Ahí es cuando la vida cobra sentido, incesantemente cobra sentido: la vida se proyecta amplia y llena de luz en los deseos a futuro, en el entorno presente, en la memoria que actúa a capricho.
Se proyecta la vida.
¿Alguna vez has soñado con alguien que por la razón que sea ya no está?
¿Alguna vez amaste a un desconocido por el solo hecho de verle pasar frente a ti?
¿Alguna vez has besado y sentido al mismo tiempo cómo un mismo cuerpo+ser se va integrando, conformando, generando?
¿Alguna vez has echado de menos a alguien que está lejos?
¿Alguna vez le has sonreido a alguien a la menor provocación?
¿Alguna vez te has detenido a sentir cómo pasa la gente frente a tus ojos y sentirte dichoso y completo por ello?
¿Alguna vez has sentido alianza, re-unión, complicidad en un cruce de miradas?
Da lo mismo si es con un niño, una muchacha, un viejo o un perro, la re-unión siempre lleva a lo mismo no importando el medio en que se manifieste.
Ahí es cuando la sangre y el agua se vuelven la misma metáfora: la vida corre incesante de un recuerdo a otro.
Ahí es cuando la vida cobra sentido, incesantemente cobra sentido: la vida se proyecta amplia y llena de luz en los deseos a futuro, en el entorno presente, en la memoria que actúa a capricho.
Se proyecta la vida.
¿Alguna vez has soñado con alguien que por la razón que sea ya no está?
¿Alguna vez amaste a un desconocido por el solo hecho de verle pasar frente a ti?
¿Alguna vez has besado y sentido al mismo tiempo cómo un mismo cuerpo+ser se va integrando, conformando, generando?
¿Alguna vez has echado de menos a alguien que está lejos?
¿Alguna vez le has sonreido a alguien a la menor provocación?
¿Alguna vez te has detenido a sentir cómo pasa la gente frente a tus ojos y sentirte dichoso y completo por ello?
¿Alguna vez has sentido alianza, re-unión, complicidad en un cruce de miradas?
Da lo mismo si es con un niño, una muchacha, un viejo o un perro, la re-unión siempre lleva a lo mismo no importando el medio en que se manifieste.

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Escuchas a lo lejos una cumbia colombiana.
Imaginas si alguien la está bailando.
Imaginas cuántos la han bailado ya.
Ves por la ventana esperando que el viento haga bailar a los árboles con las nubes.
Piensas por qué jodidos hay siempre árboles y nubes ("¿eso significará algo importante?").
La vida marca su pulso.
No creo que el universo sea inexplicable.
Más bien creo que es cualquier cosa.
Nimia, mínima, no-thing.
Un acto menor comparándolo con el misterio de lo más inmediato:
la vida cotidiana,
todas las vidas,
es decir,
el contínuo mecanismo de la vida,
el contínuo fenómeno que es la vida:
"una vida es todas las vidas", escribió algún poeta español del siglo diecinueve,
realmente no hay separación,
la vida se ejerce magnánima desde la célula hasta la galaxia,
se ejerce eterna,
en un espectro inquietantemente unitario.
Oh, amo tanto a los adverbios.
Imaginas si alguien la está bailando.
Imaginas cuántos la han bailado ya.
Ves por la ventana esperando que el viento haga bailar a los árboles con las nubes.
Piensas por qué jodidos hay siempre árboles y nubes ("¿eso significará algo importante?").
La vida marca su pulso.
No creo que el universo sea inexplicable.
Más bien creo que es cualquier cosa.
Nimia, mínima, no-thing.
Un acto menor comparándolo con el misterio de lo más inmediato:
la vida cotidiana,
todas las vidas,
es decir,
el contínuo mecanismo de la vida,
el contínuo fenómeno que es la vida:
"una vida es todas las vidas", escribió algún poeta español del siglo diecinueve,
realmente no hay separación,
la vida se ejerce magnánima desde la célula hasta la galaxia,
se ejerce eterna,
en un espectro inquietantemente unitario.
Oh, amo tanto a los adverbios.
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Hoy tengo 27 años: 3 veces 9.
Hoy tengo 27 años: 2+7=9.
Siempre pensé que a los 27 nacería mi primer hijo.
0. La vida se proyecta en el humo del incienso que me acompaña mientras escribo:
1. El fuego lo hace nacer (la combustión (la chispa (el encuentro mujer-hombre))).
2. Ahí recorre un camino ascendente.
3. Se integra con el cielo (el aire (la atmósfera)).
4. Queda la ceniza, los residuos del camino andado.
5. Sigue presente, a veces dejando olor a copal, otras a jazmín, otras a lavanda.
Mi hija de 4 años juega con fuego. Me pide que le prenda fósforos para soplarles cual velas de cumpleaños (hace no mucho lo hizo sobre un pastel de trufa y amareto). La cocina está a oscuras. Es media noche. Luna menguante. Y el cielo, Dios, el cielo resplandece como lo hace la sangre y el agua cuando propagan la vida.
Hoy tengo 27 años y me siento más exiliado que nunca. La diferencia es que me importan uun carajo los países, las culturas, los títulos, los sexos. Me siento en exilio, en un éxodo que me conduce a la concordia, me integra a la sospecha de la unicidad, al encuentro con la llama original, a la incesante fluctuación de la vida que no acaba aún cuando el cuerpo de Alberto Espejel caiga ceniza un día de estos luego de tanto andar andando.
Morirá a los 72.
Ojalá sea en una de sus acostumbradas largas caminatas por la ciudad.
Hoy tengo 27 años: 2+7=9.
Siempre pensé que a los 27 nacería mi primer hijo.
0. La vida se proyecta en el humo del incienso que me acompaña mientras escribo:
1. El fuego lo hace nacer (la combustión (la chispa (el encuentro mujer-hombre))).
2. Ahí recorre un camino ascendente.
3. Se integra con el cielo (el aire (la atmósfera)).
4. Queda la ceniza, los residuos del camino andado.
5. Sigue presente, a veces dejando olor a copal, otras a jazmín, otras a lavanda.
Mi hija de 4 años juega con fuego. Me pide que le prenda fósforos para soplarles cual velas de cumpleaños (hace no mucho lo hizo sobre un pastel de trufa y amareto). La cocina está a oscuras. Es media noche. Luna menguante. Y el cielo, Dios, el cielo resplandece como lo hace la sangre y el agua cuando propagan la vida.
Hoy tengo 27 años y me siento más exiliado que nunca. La diferencia es que me importan uun carajo los países, las culturas, los títulos, los sexos. Me siento en exilio, en un éxodo que me conduce a la concordia, me integra a la sospecha de la unicidad, al encuentro con la llama original, a la incesante fluctuación de la vida que no acaba aún cuando el cuerpo de Alberto Espejel caiga ceniza un día de estos luego de tanto andar andando.
Morirá a los 72.
Ojalá sea en una de sus acostumbradas largas caminatas por la ciudad.
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