08 mayo 2005

A los guanajuatenses

Recuerdo mi primer contacto con Guanajuato. En general fue como se espera que sea todo gran recuerdo, con la diferencia de que a tantos años de distancia no ha habido añadidura alguna, no ha habido modificación de lo ocurrido. Desde que estuve ahí, en esos primeros instantes, supe de inmediato que algo en mí había hecho contacto, no sé con qué, sólo sentí un arrebato de nostalgia, una ruptura en mi propia cronología: nada habría de ser lo mismo luego de esa visita.

Hago énfasis en que esto no sólo es un recuerdo sino también un recuento de hechos. Salí por la tarde de la Ciudad de México y llegué a Guanajuato de noche. No había viajado gran cosa en mi vida hasta ese momento, por lo tanto, conservaba aún esas formas de ver de un niño. Hasta la seca y monótona carretera después de Querétaro me maravilló. Ni qué decir al llegar a la central de autobuses para de ahí tomar un urbano para el centro de la ciudad. El urbano se llenó como sólo las líneas 2 y 3 del metro del DF en horas pico. Había Cervantino. En gran medida no tenía idea de qué era a lo que me estaba dirigiendo.

Al entrar a Guanajuato por la Facultad de Química y luego por Pastitos, mi noción de certidumbre se alteró por completo, supe de inmediato que algo se había roto y que no volvería a ser igual, una serendipia, un lucky-strike, un vacío en la continuidad del tiempo... Guanajuato de noche con sus múltiples luces encendidas en tan accidentado relieve... Tiempo después supe que a todos nos había impactado así Guanajuato en la primer visita... Es la ciudad a donde regresa siempre la mirada de los niños.

Era 1998. Tres años después ya estaría viviendo ahí, con todos los proyectos del tipo de gente que modifica sus rumbos sin mayor problema.

Toda clase de pasivos e inmóviles anécdotas sucedieron durante el tiempo que estuve ahí, en la universidad, en las plazas, en la tinta, en los cafés, en el fraccionamiento San Javier que es donde residí (para un citadino como yo, el hecho de vivir en una calle llamada Matavacas (¡donde varias veces vi vacas pastando!) con una pronunciada subida, detrás de un castillo (de Santa Cecilia) y a unos pocos pasos de un cerro oscuro y con varios cebúes, fue lo suficientemente redituable para tenerme hechizado varios años), incluso en algunas visitas al DF me gustaba presentarme en los bares del centro o de la Zona Rosa como guanajuatense de toda la vida al grado de imitar el acento local.

Hoy, veo a mi hija de 5 días durmiendo a mi lado, a mi novia observándola con esos ojos tan felices y tranquilos que en nada se parecen a los de esa otra ciudad: nuestra primer charla fue en el Paseo Madero acerca de los defectos que veíamos en Guanajuato, lo mucho que, sin percatarnos, echábamos de menos los grandes centros comerciales, las amplias banquetas, las inversiones térmicas y el surtido menú de estaciones de radio, Acapulco y el DF nunca estuvieron tan lejos realmente.

Hoy, ellas son el significado de aquel primer latido en el urbano del '98. Hoy, sé que aquello que no supe en aquel instante era esto: sentir sus respiraciones, seguir por la vida a través del conocimiento de ellas (hay tanto qué comunicarnos), amarlas a cada mañana porque sé que voy siendo mejor padre, novio e hijo que el día anterior.

Sé que estoy en el suspiro interminable. Escuchar Interludio de Mikel Erentxun o Qué no te daría yo de Alejandro Sanz no es en vano. Nada es en vano a estas alturas, nada lo fue ni lo será. El humo que despiden los cigarrillos se suspenden en el cielo y forman grupos de cirros. Una bocanada me saca una sonrisa, como la de la foto de Alain Summers en Embajadoras, como la que mi amigo Alejandro Palizada ha de estar haciendo en estos momentos en la facultad de filosofía, como aquella vez en que Claudia y yo estábamos borrachos en un bar del centro y entonces ella jugó a que fumaba, agarró un camel y lo fumó tan mal que por esas cosas me fui enamorando cada vez más de ella: fumaba mal porque no le interesaba hacerlo bien, se vestía discreto a pesar de tener un cuerpo tan bien torneado porque no le interesaba lucirlo a cualquiera, era callada en las clases porque al momento de los trabajos era cuando mejor hablaba, Guanajuato sí que me queda lejos ahora, realmente, evidentemente, literariamente, el Jardín Unión me hace extrañarla a veces, esa propia ciudad-luz de bolsillo, mi salto a la oscuridad, mi ciudad de la mirada que se reencuentra.

Callo la voz citándome a mí mismo en una carta que le mandé hace un tiempo a Nicolás Cabral: Pienso en Guanajuato como una especie de Naim irregular a la cual basta mirarla y cerrar los ojos para comprender, para caer de boca ante su encantador vacío, ante esa magia imperante que se corresponde entre ella y nosotros: no existe si no la escribimos, no se contempla si no la soñamos, no habla si no la paseamos, es la obsidiana perfecta, el más obvio jam-session para la arquitectura nacional. No es ciudad de bajas pasiones, mucho menos jinete que arriesga la vida, es tan solo la certeza de un territorio propio, unísono, fantástico -como el de la poesía-, todo ello por ser nuestra ciudad ajena, nuestro ardid, nuestra duna virgen. Nuestra isla. Nuestro París. Pero tu Guanajuato no tiene que ver con el mío, eso es seguro.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola amor
hago publico que me encanto este texto...
Guanajuato significa para mi demasiado, estar ahi y conocernos fue la gran oportunidad de tantas cosas en mi vida.
Estar contigo y Sara aqui y ahora es lo mejor que he tenido, gracias por ayudarme a crecer, gracias por los viejos tiempos de las plàticas en tu casa, por esos cafès, por nuestros silencios complices, por tu espera y por la mia, por vivir nuestro embarazo tan bonito, por estar siempre a mi lado...
un beso

Anónimo dijo...

Hola amor
hago publico que me encanto este texto...
Guanajuato significa para mi demasiado, estar ahi y conocernos fue la gran oportunidad de tantas cosas en mi vida.
Estar contigo y Sara aqui y ahora es lo mejor que he tenido, gracias por ayudarme a crecer, gracias por los viejos tiempos de las plàticas en tu casa, por esos cafès, por nuestros silencios complices, por tu espera y por la mia, por vivir nuestro embarazo tan bonito, por estar siempre a mi lado...
un beso

Anónimo dijo...

Guanajuato es una metáfora. Ya lo dijo Ossip. Y si no, era su deber decirlo.

jAz dijo...

..."tu Guanajuato no tiene que ver con el mío", me gustó la frase, a cada persona la ciudad la marca de diferente manera, y creo que, en cierto sentido, tiene que ver con lo que dijo hace tiempo Carlos Fuentes: "Guanajuato es a México lo que Flandes a Europa: el cogollo, la esencia de un estilo, la casticidad exacta"...

¿Será nuestra esencia lo que encontramos en Guanajuato? ¿Y será esa la razón de su impacto en nuestras vidas?

p.s. disfruté mucho este post, saludos!

Anónimo dijo...

Where did you find it? Interesting read »